P. Devos publicó hace algunos años un interesante artículo en el que relacionando, gracias a su sagaz erudición, una serie de textos fragmentarios, dispersos en distintas fuentes griegas y copias, reveló la personalidad de Poemenia, conocida antes sólo por una alusión incidental en la Historia Lausiaca, como una piadosa mujer que había peregrinado al Alto Egipto para visitar al famoso asceta y taumaturgo Juan de Licópolis. Sobre la base de la información recogida en las distintas fuentes, P. Devos llegó a la conclusión de que Poemenia era hispana, emparentada con Teodosio, y que su viaje no se limitó únicamente a Egipto, sino que comprendió también los Santos Lugares de Palestina, y tuvo lugar entre los años 384-395. De acuerdo con ello, tenemos en Poemenia un paralelo muy próximo de Egeria. Ambas seguían los pasos de otra ilustre mujer de origen hispano, Melania Senior, como lo harían por los mismos años Paula y otras mujeres ilustres de la aristocracia romana. Creemos que no es casual que la presencia de Egeria y Poemenia en Oriente coincida con la presencia de Teodosio en el trono, del mismo modo que, como veremos más adelante, no debe ser tampoco casual el silencio de Jerónimo sobre Poemenia.
La subida al trono de Teodosio y la transformación de Constantinopla en capital efectiva de la Pars Orientis trajo consigo la presencia en la nueva ciudad de un importante grupo de mujeres hispanas y de las regiones vecinas del sur de la Galia. Lógicamente estas mujeres formaban parte de la familia del emperador y de lo que los franceses han dado en denominar, con más o menos fundamento, cóterie espagnole en Oriente; a ellos habría que añadir los denominados por J. F. Matthews Gallic supporters of Theodosiusn. Estas mujeres hispanas estaban encabezadas por la propia esposa del emperador, Aelia Flavia Flacila, y sus familiares directos. Junto a ella estaban María, viuda del hermano del emperador, poco antes fallecido, Honorio, y sus hijas Termancia y Serena. Teodosio acogió a éstas como si fuesen sus hijas y las introdujo en la corte. Claudiano recordó en los retóricos versos de la Laus Serenae esta llamada a la corte de sus sobrinas, recién ascendido al poder:
Por fin, cuando tras haber sido elegido cogió las riendas del Imperio, no dio pruebas de amor a sus propios hijos antes de haberos hecho venir a ti y a tu fiel hermana desde las tierras iberas al litoral del Este.
Si exceptuamos a Flacila, es muy poco lo que sabemos de la actividad de estas mujeres en la corte de Constantinopla. De una hermana de Flacila ni siquiera conocemos su nombre. De Termancia lo único que sabemos es la noticia de Claudiano de que se casó con un alto militar de nombre también desconocido. La más afortunada para la posteridad fue Serena por haberse casado con Estilicen y haber sido objeto del encomio de Claudiano. La madre de ambas, María, es también una perfecta desconocida. Sin embargo, hay indicios suficientes para pensar que el protagonismo de estas mujeres fue mayor del que se puede deducir de las escasas noticias conservadas. El emperador Teodosio parece que mostró un gran afecto por todas las mujeres de su familia. Gregorio de Nisa presenta el impacto de la muerte de su hija Pulquería, hacia el 385, cuando contaba con siete u ocho años de edad, como un «terremoto» en la corte. Claudiano se complace en describir el afecto de que rodeaba a sus sobrinas y el solaz que éstas representaban en la vida familiar del emperador:
Desde luego, él abrazó a ambas con amor paterno, pero con razón su afecto iba más inclinado a tí. Y cuantas veces, según lo exigen las necesidades públicas del Imperio, regresaba más triste o lleno de ira ardiente, cuando los hijos esquivaban a su padre y la misma Flacila temía a su marido irritado, únicamente tú podías aplacarlo en su cólera, tú apaciguarlo con tiernas palabras.
En cualquier caso, Flacila fue una figura fundamental en la corte teodosiana. Como ha dicho Kenneth G. Holum, fue la primera mujer que no sólo recibió el título de Augusta, sino que también ejerció como tal. Y constituyó la clave de bóveda en la construcción del edificio dinástico de Teodosio. A pesar de que es poco lo que sabemos de sus actividades concretas, el rango que ocupó en la corte, su representación en las monedas con todos sus atributos de Augusta, la imagen que de ella presentó Gregorio de Nisa en su oración fúnebre como copartícipe de la basileia y ejerciendo la misma arche que el emperador, el recuerdo que dejó en la opinión pública, hacen de esta mujer un personaje de importancia desconocida en la historia del Imperio romano, a pesar de su temprana muerte. La figura de Flacila contribuyó de modo decisivo a establecer lazos estrechos, en una corte sedentaria como la de Constantinopla, entre la nueva dinastía y el pueblo de la nueva Roma, y prefigura y explica el papel protagonista que desempeñarán, a partir de entonces, las emperatrices de la corte bizantina.
En la misma oscuridad que la mayoría de las mujeres de la familia imperial nos han dejado las fuentes a las mujeres de los círculos familiares de las principales representantes de las camarillas occidentales en Oriente. Pero no es de la hipotética influencia política de estas mujeres, de las que poco podemos decir, de lo que aquí queremos hablar, sino del nuevo rumbo que con su presencia dieron al desarrollo del cristianismo en Oriente y a algunas de sus manifestaciones religiosas más significativas.
Es bien conocida la firme adhesión de Teodosio desde su acceso al poder al cristianismo niceno. Desconocemos cuándo se produjo la conversión al cristianismo de la familia de Teodosio. Pero ya Teodosio padre, el magister equitum, debió de nacer en una familia cristiana, como se deduce de su nombre. En todo caso, Orosio nos informa de que se bautizó antes de ser decapitado. Cristianos nicenos, e incluso representantes de un cristianismo con ciertos aspectos de fanatismo, eran también los principales representantes de la coterie hispana y gala, Materno Cynegio y Flavio Rufino. Igualmente atestiguada está la fe cristiana de las mujeres de todas estas familias, como no podía ser de otro modo. Una reciente tesis doctoral sobre las mujeres de la aristocracia senatorial romana en el siglo IV ha puesto de relieve que, si bien hay que matizar la idea tradicionalmente mantenida de que las mujeres ejercieron una influencia decisiva en la conversión de sus maridos, no se conoce ningún caso de cristiano casado con una pagana. En cualquier caso, la fe cristiana de Flacila está bien atestiguada por la oración fúnebre de Gregorio de Nisa que resalta como una de sus principales cualidades su eusebeia y su «celo por la fe», al igual que Ambrosio la califica de fidelis anima Deo. Tanto es así que F. Ela Consolino ha podido decir que «el primer retrato de emperatriz santa a todos efectos es el de Elia Flacila en la Oración fúnebre de Gregorio de Nisa».
Si no tenemos noticias de que Flacila ejerciese una influencia directa sobre la política de Teodosio o que aspirase a un protagonismo político como el que ejercieron sus sucesoras en la corte, no ocurre así en el aspecto religioso. Sozomeno informa de que Flacila disuadió a Teodosio de entablar un coloquio con el obispo arriano Eunomio de Cícico, temerosa de que su marido, en sus deseos de establecer una reconciliación religiosa, se viese arrastrado por la «capacidad dialéctica» del obispo a traicionar su fe nicena, y el propio Gregorio de Nisa en su oración fúnebre recalcó que la eusebeia de Flacila contribuyó a la afirmación del credo niceno en el concilio de Constantinopla del 381. Esta influencia de la emperatriz sobre la política religiosa de Teodosio nos sugiere la hipótesis de que cuando Libanio en la Oratio pro templis dice de Materno Cynegio que es «esclavo de su esposa, hace todo por agradarla y la toma por guía en todo», en especial en su política de destrucción de los templos paganos, esté haciendo una crítica velada de la influencia de Flacila sobre Teodosio.
En cuanto a la fe cristiana de Serena la refleja claramente Claudiano en «un lenguaje profano, más bien que pagano»; y ella misma ha dejado testimonio de una de las formas más características de la piedad cristiana de la época, el culto de los mártires, en la inscripción que dedicó para recordar su contribución al embellecimiento, como voto por la vuelta de su esposo Estilicen de la expedición contra los godos de Alarico, en el santuario que Ambrosio había dedicado en Milán a San Nazario.
Sin embargo, no parece, o al menos no nos han quedado pruebas, de que las mujeres de la familia imperial fuesen adeptas a otra de las formas más significativas del cristianismo de la época, el ascetismo, a diferencia de lo que ocurre con las mujeres de los miembros de la coterie hispana de la corte. El cristianismo estaba ampliamente extendido entre las mujeres de la aristocracia hispana y sudgálica en la segunda mitad del siglo IV y es bien sabido que en esta época, y especialmente en los ambientes aristocráticos, el cristianismo iba estrechamente unido al ascetismo. Que la moda del ascetismo había llegado a estos ambientes hispanos y galos lo reflejan bien las numerosas mujeres que tuvieron parte activa en el movimiento priscilianista, o el caso de Terasia y su esposo Paulino de Nola, que pasaron los primeros años de su vocación ascética recorriendo sus numerosas villae de las proximidades de Barcelona, Tarragona, Lérida o Complutum. Terasia y Paulino optaron por cumplir su vocación ascética sin trasladarse a Oriente como había hecho algunos años antes otra ilustre mujer de origen hispano, Melania Senior, emparentada con Paulino. Nacida hacia el 340, viuda a los 22 años, en el 371-372, inició, en compañía de Rufino de Aquileya, un viaje a Egipto para visitar a los anacoretas del desierto y después se estableció en Palestina durante veintisiete años. Aunque la vocación ascética y «oriental» de Melania debió ser producto de su experiencia romana, es muy probable que su ejemplo causase profundo impacto también entre las mujeres de la aristocracia hispana, pues es bien sabido que en esta época todas estas familias aristocráticas estaban unidas por sutiles lazos basados en relaciones de parentesco, de amistad y de clientelismo político y religioso.
Melania debió de servir de estímulo para otras muchas mujeres de la aristocracia hispana y su ejemplo contribuyó, sin duda alguna, a popularizar la experiencia oriental en estos ambientes. Con la subida de Teodosio al poder algunos años después se dieron las condiciones óptimas para la realización práctica de este cristianismo ascético del que los viajes y estancias en Egipto y en los Santos Lugares constituyen un elemento sustancial. Es más, creemos que la instalación de Teodosio en Constantinopla y la consolidación de esta ciudad como nueva capital del Imperio provocó profundas transformaciones en la dimensión social del cristianismo. Constantinopla se convierte, a partir de este momento, en un punto de referencia obligada del cristianismo en Oriente y en una especie de nuevo polo de atracción junto a los Santos Lugares y las colonias de anacoretas egipcios. Constantinopla pasa a ser, a partir de Teodosio, punto de partida o arribada obligada de esta ruta turístico-religiosa hacia Egipto y Palestina en la que las mujeres de la aristocracia hispana desempeñan un especial protagonismo.
De Pro-ortodoxia.
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