martes, 5 de mayo de 2009

MONJE (y 2)


Y continúa Thoreau:

Este mundo es un lugar de ajetreo. ¡Qué incesante bullicio! Casi todas las noches me despierta el resoplido de la locomotora. Interrumpe mis sueños No hay domingos. Sería maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo. No es fácil conseguir un simple cuaderno para escribir ideas; todos están rayados para los dólares y los céntimos. Un irlandés, al verme tomar notas en el campo, dio por sentado que estaba calculando mis ganancias. ¡Si un hombre se cae por la ventana de niño y se queda inválido o si se vuelve loco por temor a los indios, todos lo lamentan principalmente porque eso le incapacita para... trabajar! Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar.


El monje toma notas en el campo no para calcular sus ganancias sino para investigar la forma de parar su incesante trabajar. Sin embargo, hay que resaltarlo: está en el campo y toma notas en un simple cuaderno para escribir ideas. En medio del resoplido de la locomotora irrumpe con su domingo. Es el anuncio que en él o ella se hace memorial. Su tarea es hacer que en sí mismo la humanidad descanse por una vez. Es siempre un ser humano que se calló por la ventana de niño y quedó inválido o se volvió loco, alguien incapacitado para… trabajar. No puede ser cómplice del crimen y por eso no le queda otra que la poesía, sin olvidar, claro, que «un poeta es la cosa menos poética del mundo.» (Keats)

Violentando cajas fuertes
Como garantía contra los ladrones que roban bolsos,
desvalijan equipajes y revientan cajas fuertes,
uno debe asegurar todas las propiedades
con cuerdas, cerrarlas con candados,
acerrojarlas con cerrojos.
Esto (para los propietarios)
es del más elemental sentido común.
Pero cuando aparece un ladrón fuerte, se lleva todo,
se lo echa a la espalda y sigue su camino,
con un solo temor:
que cedan las cuerdas, candados y cerrojos.
Así, lo que el mundo llama buen negocio
noes más que una forma de amasar un botín,
empaquetarlo y asegurarlo,
formando una carga cómoda
para los ladrones más audaces.
¿Quién hay, entre los llamados inteligentes,
que no desperdicie su tiempo amasando
un botín para un ladrón mayor que él.


En la tierra de Khi, de pueblo a pueblo,
se podía oír el canto de los gallos, el ladrido de los perros.
Los pescadores lanzaban sus redes,
los campesinos araban los anchos campos,
todo estaba pulcramente señalado con líneas de demarcación.
En quinientas millas cuadradas
había templos para los antepasados,
altares para los dioses de los campos y espíritus del grano.
Cada cantón, condado y distrito
era gobernado con arreglo a las leyes y estatutos...
Hasta que una mañana el fiscal general, Tien Khang Tzu,
liquidó al rey y se apoderó de todo el Estado.
¿Quedó acaso conforme con robar la tierra?
No, se apoderó también de las leyes y de los estatutos,
y con ellos de todos los abogados,
por no mencionar a la policía.
Todos formaban parte del mismo paquete.
Por supuesto, la gente llamaba ladrón a Khan Tzu,
pero lo dejaban tranquilo
viviendo tan feliz como los Patriarcas.
Ningún pequeño Estado levantaba la voz contra él,
ningún gran Estado hizo el más mínimo movimiento en su contra.
Así que durante doce generaciones el estado de Khi
perteneció a su familia.
Nadie interfirió sus derechos inalienables.

El invento
de los pesos y medidas
hace más fácil el robo.
La firma de contratos, la implantación de sellos,
hacen más seguro el robo.
Enseñar amor y obligaciones
suministra un lenguaje adecuado
con el cual demostrar que el robo
es en realidad para el bien de todos.
Un hombre pobre ha de ser ahorcado,
por robar una hebilla de cinturón,
pero si un hombre rico roba todo un Estado
es aclamado como el estadista del año.

De modo que,
si queréis escuchar los mejores discursos
sobre el amor, el deber, la justicia, etc.,
escuchad a los hombres de Estado.
Pero cuando el arroyo se seca,
nada crece en el valle.
Cuando el montículo se aplana,
el hueco junto a él se llena.
Y cuando los hombres de Estado y los abogados
y los predicadores del deber desaparecen,
no hay tampoco más robos
y el mundo queda en paz.

Moraleja: cuanto más acumules principios éticos
y deberes y obligaciones,
para meter en cintura a todo el mundo,
más botín acumulas para los ladrones como Khang.
Por medio de argumentos éticos y principios morales,
se demuestra finalmente
que los mayores crímenes eran necesarios,
y que de hecho fueron un señalado beneficio
para la humanidad.

(Chuang Tzu, leído, «interpretado», por Thomas Merton)

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